El arte de dejarse llevar por el arte. Enredar y hacer lo contrario en el mismo instante en el que tus pupilas lo ven. El cerebro lo procesa. La piel lo siente. Pero yo no soy eso, ese tipo de persona que todos dicen que debo ser. No, no me gusta la cerveza. Acabo de empezar a amar a los perros y mi escritor favorito es contemporáneo. No sé citas célebres de memoria, ni siquiera me sé el número de teléfono de mi pareja de memoria. Pero sí, yo amo esto. Amo el mundo de las letras, de las creaciones basadas en las parodias más crueles de la realidad. Me libera de mi más intranquilo yo. Quizás sea el único momento del día en el que no me muerdo las uñas y paro de pensar en el qué será sin sentido que recreo a todas horas, con el cartel de prohibido colgado en la esquina superior de mi imaginación. Y es que es justo eso, aquí no hay prohibidos y todo lo que escriba, si mañana me desvanezco, existirá para siempre (el siempre que dure el papel o este mundo virtual), por eso aquí no me preocu