Gracias.

Se dejó todos los libros encima de la mesa, una camisa y toda su energía positiva flotando por el cuarto.

Se fue, en el primer tren, o en el cuarto, qué importa, se fue y se llevó casi toda su ropa, alguna se quedó porque volvería, se olvidó de muchas de sus cosas como siempre que salía por la puerta para ir a cualquier lugar al que mi cuerpo no pudiera trasladarse. Le encantaba dejar toda su energía esparcida por cada rincón, para que sin darme cuenta viniera a mí y me llenara hasta el último poro. Pero lo mejor de todo es que se la sigue dejando y se la dejará todas las veces que mi pecho contra el suyo tarden unos días en estrujarse.

Ya no hay llantos, se fueron los caprichos.

Quedan sensaciones maravillosas con las que decorar miles de sonrisas en mis mejillas y así poder regalarlas a cualquier persona que pase, que se cruce conmigo.

Aunque algunas palabras se deban guardar para que no se gasten, hay momentos en los que merecen ser dichas: gracias. 

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